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La Formación Permanente es un elemento constitutivo y natural de nuestra vida consagrada y apostólica. Todas las religiosas necesitamos capacitarnos y adaptarnos constantemente para responder a las exigencias de nuestra vocación y misión, desde los desafíos y desafíos que nos plantea el mundo actual. En efecto, la formación permanente implica una dedicación y esfuerzo constante de renovación espiritual, intelectual y práctica que nos permite captar y responder a las nuevas realidades de un mundo en continua mutación, y transmitir la Palabra de Dios a los hombres y mujeres de nuestro tiempo; se trata de una dimensión integrante del proceso de “conversión continua” en consonancia con el Magis Ignaciano.

Nuestra vocación es apostólica y de aquí se desprende la segunda exigencia de la formación permanente. Dios quiere servirse de nosotras como instrumentos aptos y rápidos para responder a los cambios rápidos y profundos del mundo que nos obligan a reflexionar tanto sobre él, como sobre nosotras para poder conocer en qué cosas debemos cambiar, cambiar también nuestros conocimientos, actitudes y métodos apostólicos para estar a la altura de nuestra vocación.

No se trata de cambios de perfeccionamiento teórico, académico y práctico a modo de reciclaje intelectual o profesional, sino de “algo mucho más profundo y extenso, pues la formación permanente radica en lo más hondo del espíritu”.

En esta etapa, las hermanas pueden iniciar un estudio académico formal según el apostolado que realiza (educación, misión, ejercicios espirituales, centros de espiritualidad, formación).